domingo, 17 de abril de 2016
EL DERECHO A LA PAZ NO PUEDE SER UNA UTOPIA
Por Maira Hinojosa González
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Publicado en la Revista Frontera Libre, derechos reservados
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Un país libre de células terroristas, de grupos insurgentes, de bandas criminales; podría no sólo ser el anhelo de los que sueñan. La paz se debe proponer como una política pública de obligatorio cumplimiento, no se ha dado en Colombia por la falta de voluntad política, por la indiferencia y el ahincado odio contra los actores de la violencia, a la que no se le puede restar su magnitud; dado que, nuestro conflicto ha cobrado miles de vidas, sus dolientes cargan tanto la cruz del dolor, como la del odio.
No es posible desmentir ni aminorar el daño que ha ocasionado la guerrilla al pueblo colombiano; como tampoco, creer que los grupos denominados paramilitares fue la solución ante la incompetencia del estado para combatirla. Quisiera creer que los libros de historia colombiana contarán la verdad de todo lo acontecido, con la crudeza del dolor de las víctimas, para la vergüenza de los “héroes” de la patria, elegidos cada cuatro años, por voluntad de los ciudadanos, esos que se enfrentan por la bandera de un partido, escudriñan el obrar “oscuro” del opositor y se indignan cuando se cuestiona al candidato de su predilección.
La paz siendo un derecho constitucional, un derecho de papel por varias décadas, es el estadio mínimo de un estado social de derecho; en países como Estados Unidos de América, la declaración de independencia del 4 de julio 1776, va más allá de ese estadio, recoge el derecho a ser feliz como un principio fundamental; y aunque en la actual constitución política no está presente este derecho, para el consiente colectivo es una meta su búsqueda. Benjamín Franklin refiere a las virtudes que debe cultivar un hombre para lograr la felicidad, cada persona tiene que conquistarla para sí misma.
La paz es fuente generadora de felicidad, de manera que, en las encuestas publicitadas por los medios de comunicación donde se asevera que los colombianos son las personas más felices del mundo, en Colombia la medición la efectuó el Centro Nacional de Consultoría , cuya intención es la de sumergir al pobre receptor de la noticia, en la idea que es feliz pese al sinnúmero de carencias que padezca, resulta un malintencionado y absurdo propósito del aparato ideológico del estado. ¿Cómo una persona va a ser feliz, cuando en su país hay un conflicto armado interno, aunque no lo hayan alcanzado la muerte, las minas antipersona, el secuestro, el reclutamiento infantil, el desplazamiento forzado, la corrupción, y todo tipo de asechanzas; qué podría decirse de aquel que no lo conoce de la puerta hacia afuera, sino que el infiernillo lo tiene dentro de su casa? La felicidad es una sola, es la tranquilidad, es la paz, es el respeto a los derechos humanos, es el acceso al mínimo vital. Los colombianos no seremos felices mientras no se alcance la paz, una paz duradera, real, que invita a buenas prácticas políticas, a acabar la pobreza, a eliminar el cogollo de la corrupción, a depurar la burocracia cancerosa que carcome el erario público y se presta para elegir al corrupto, a cambio de preservar su empleo. La paz implica repensar los aportes particulares que se hicieron para que el conflicto armado se encrudeciera, va más allá de la dejación de armas, o de esconderse tras el nombre de otro que sí acepta sus fechorías, es un reconocimiento de lo que fuimos, lo que hicimos mal y lo que debemos cambiar. Muchos son los sujetos que han ido a las cárceles, en la justicia transicional, y han declarado medianamente sus crímenes, otros más impíos, no los reconocieron, a esos que le faltó el valor, ojala realicen la reflexión sobre sus acciones.
La etapa que vendrá después que se logre un acuerdo de paz, que no puede ser simbólico, es el postconflicto, que desde luego, para ello no estamos preparados, la polarización que nos caracteriza, se presenta como una primera dificultad, ¿una persona con pensamientos de izquierda, va a tolerar la postura de extrema derecha y viceversa?, hemos caído desafortunadamente en algo que yo llamo radiografía de tórax, cuyas veinticuatro costillas están perfectamente distribuidas doce a la izquierda y doce a la derecha del esternón, sin posibilidad que éstas cambien de lugar.
La segunda dificultad sería el verdadero perdón, si el asunto atañe de alguna manera será muy difícil otorgarlo, la mayoría de colombianos tendremos que perdonar, por el secuestro, por la desaparición, por la muerte, por la zozobra, por la “pesca milagrosa”, por las mutilaciones, por el terror y el miedo; porque, nadie tiene la potestad de sembrarlo, la autodeterminación de los pueblos no puede tener una perspectiva distinta a la del bien común, ese “perdón” parece aún más imposible que invertir las costillas; pero, se debe plantear como posibilidad, como anhelo.
Otra dificultad, no menos preocupante, es el resarcimiento de las víctimas, la financiación provendrá de una reforma tributaria que afectará el costo de vida de todos los colombianos, inclusive las mismas victimas harán su aporte. La reinserción de los actores armados a la vida civil, puede resultar fallida, como las “autodefensas”, a las que se les cambio el nombre por bandas criminales “bacrim”. La inseguridad sobrepasará la capacidad de las fuerzas armadas y de la fuerza pública, ¿los jóvenes que crecieron en el conflicto, no conocen otro escenario, sus sentimientos deteriorados por el adiestramiento para la guerra, podrán adaptarse a una vida distinta?
El derecho a la paz no puede ser una utopía, tiene que ser un derecho vivencial, que los jóvenes y niños de hoy tengan el privilegio de disfrutarlo y anhelar la felicidad, lo cual implica una empatía incluso con aquello con lo que no profesamos, un especial compromiso del adulto con el joven, es una deuda, que tiene el que ha ejercido el derecho al voto, que también ha construido la historia de este país, con las generaciones futuras.
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